lunes, 5 de octubre de 2015

Refinamiento para rato (III)

Bienvenidos una vez más a El drama de mi ortodoncia. ¿Cómo han sido estas últimas semanas? Las mías una locura en lo que a ortodoncia se refiere. ¿Estáis preparados para ello? Poneos cómodos.
Cuando entré en la consulta, si lo recordáis algo nerviosa por los posibles cambios en el tratamiento, lo primero que me dicen mis ortodoncistas es que el médico que las supervisaba se ha ido y en un mes entrará otro, así que en ese momento estabas todo en un limbo mosqueante. No me gustan los cambios ¿sabes? 

Y menos cuando estoy en medio (he asumido que esto no terminará jamás) de un tratamiento. Pero en ese momento no tienes más opción que callarte y tumbarte en la camilla para la... ¡Inspección tras el verano!
Como me temía mis mandíbulas siguen sin cerrar completamente, así que tras llamar al supervisor temporal (ya os he comentado que estaba todo en un vacío de poder que no me gustaba nada) deciden colocarme unas gomas que tenía que compaginar con el Invisalign.

Mi pregunta era ¿Cómo voy a enganchar las gomas en mis dientes si no tengo dónde? Os explico, con brackets en principio parece más obvio ya que tienes el enganche incorporado en la boca, pero con Invisalign parece algo más complicado ya que el diente queda "limpìo". Pero no hay nada que se les resista a mis ortodoncistas así que me colocaron cuatro ataches metálicos (siendo parejos arriba y abajo) donde pudiera enganchar las gomas.
Algo así.

Los debía llevar puestos siempre excepto al comer y al cepillarme los dientes, hasta aquí sencillo ¿verdad? El problema llegó esa misma noche al querer colocármelas tras la cena.

Imaginad por un momento que, con una pinza de depilar, tienes que enganchar la goma a uno de los ataches, tirar de ella y engancharla en el atache inferior. Todo ello partiendo de la base de que los ataches estaban colocados en muelas, es decir, cuyo acceso no era precisamente fácil.

El adjetivo desquiciante se queda corto para describir este proceso.
Tras hora y media intentándolo, una llaga en la encía y tras haber agotado todos los insultos que conocía me di por vencida.
Las gomas habían ganado esta batalla pero me negaba a perder la guerra, así que al día siguiente a primerísima hora llamé a la clínica y le conté mi drama humano a la recepcionista.

Una semana después volví a la consulta sin dejar en ningún momento de intentar colocarme las gomas, me compré hasta una pinza con luz para facilitar la tarea. ¡Qué ilusa!
Para mi indignación, me comentan mis ortodoncistas que ellas ya imaginaban que me iba a costar mucho colocar las gomas en los ataches metálicos...
¿Me vaciláis?

La solución que me dieron fue darme unas gomas menos rígidas y ampliarme los ataches para obtener una mayor sujeción.

Esa misma noche se me despegaron la mitad, así que a la mañana siguiente volví a amargarle la mañana a la recepcionista de la clínica.
¿Qué solución me dieron? Que no me pusiera las gomas (obvio, no tengo dónde colocarlas) y que ya si eso cuando volviera en la siguiente cita con el nuevo médico supervisor verían qué hacer.
Mañana vuelvo, os mantendré informados como siempre.

¡Gracias por leerme!